Asesinar la inocencia
(artículo publicado en Diario Perfil 21.enero.2012) autora:
Susana Cohen Arazi
La nena violada de 11 años
pidió a su mamá “volver a tener el cuerpo como antes”. Desde siempre, un
principio en la Justicia
es que “el menor es sujeto prevalente de
derecho”. Es decir, su derecho está antes que cualquier consideración que
realicen los integrantes del Poder Judicial. Artículos 86 y 119 del Código
Penal Argentino protegen la integridad psico-física de la nena, estableciendo
en este caso puntual la figura de aborto no punible. La inmediata aplicación de
la ley preservará a la nena de daños mayores e irreversibles. Este análisis
apenas relata la urgencia de la situación que requiere de una justicia
operativa, a favor de la vida. No es un caso donde debatir el aborto. Es un
caso donde la violación es un hecho, y una menor de 11 años no puede ser
tratada como un “adulto en tamaño chico”. El sentido común indica que su
psiquismo y su cuerpo apenas están comenzando a asomar a una incipiente pubertad.
Por lo tanto, no podemos exigirle a la nena que se comporte como una “futura
mamá”. Debemos resguardar su inocencia, su integridad física, espiritual,
emocional.
Este hecho sugiere algunas
reflexiones que alcanzan al conjunto de la sociedad. Recuerdo que hace
alrededor de veinte años atrás, UNICEF planteó que “somos los adultos los que
hablamos por la ciudadanía de nuestros hijos, los que los representamos”.
Trabajando con niños y adolescentes entre 12 y 18 años de edad, de escuelas
públicas y privadas, pude comprobar que los chicos esperan de nosotros que les
transmitamos valores, ideas, experiencia, emociones, proyecto vital. Como dijo
un gran epistemólogo, G. Bachelard, siempre pensamos desde algo, sobre algo,
contra algo. ¿Cómo puede construir su escala de valores un niño, un
adolescente, si no hay un adulto que le tienda la mano, que se comprometa con sostener
ideas, reglas de juego que ordenen su vida, y favorezcan los vínculos, ese
“lazo social” imprescindible, que nos liga al otro?
A los chicos no les preocupa
tanto la información: cómo se coloca el preservativo, métodos anticonceptivos,
o enfermedades de transmisión sexual. Eso es apenas una parte de la historia,
de carácter instrumental. Están mucho más preocupados por lo formativo: para
qué se relacionan entre un varón y una mujer, cómo es establecer un vínculo
amoroso, qué significa la promiscuidad, el hacinamiento, el tabú del incesto,
cómo protegerlos de que un mayor seduzca a un menor, qué significa cuidar al
otro. Necesitan ligar su construcción de la sexualidad al sentido de sus vidas,
a sus proyectos. Cuando no estamos los adultos con firmeza, con nuestras
certezas parciales frente a nuestros hijos, estos casos tan penosos, se
multiplican.
Nos hace mal como sociedad
que haya adultos que digan desde la institución familia: “que se ocupe la
escuela de educar a mi hijo” cuando observamos con preocupación la pérdida – en
muchos casos- del placer de criarlos; desde el Poder Judicial – los jueces -,
demorar lo que el sentido común indica que es urgente resolver. El síntoma
refiere confusión en el rol adulto.
Necesitamos de adultos responsables que se
comprometen con la ciudadanía de los hijos, con políticas públicas de promoción
de salud, de proyecto vital. Volver a un camino de Libertad participativa, es
decir, practicar una libertad que nos comprometa con nuestros actos, donde
derechos y responsabilidades son las dos caras de una misma moneda. Recuerdo a
F. Dolto, psicoanalista, cuando destaca que no existen hoy ritos que acompañen
al adolescente brindándole apoyo, confianza en esa etapa dolorosa que es la
“muerte de la infancia”. La clave está en transmitirles sentimientos, valores,
experiencia, conocimiento para que ellos puedan construir su propia escala de
valores para vivir. Los adultos somos su punto de partida.
¿Será posible que el amor, el
trabajo y el conocimiento vuelvan a ser los ejes que nutran y gobiernen
nuestras vidas? Seguramente, así, no tendremos que lamentar casos como el de
Entre Ríos.
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